UN ENEMIGO A DESTRUIR

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POR LUIS ALONSO

Quienes entienden la política como servicio a los demás, nunca pensarían que la meta sea destruir. Todo lo contrario. La política con mayúsculas construye, piensa en el prójimo, en el bienestar de la población y fundamentalmente en la igualdad. Pero en estos tiempos que transcurren, en plena pandemia, con una segunda ola de contagios, que agudiza el sistema de salud pública y privada, que hunde cada vez más a la economía, que destruye a la educación, el gobierno decide hacer política al revés. No construye, destruye.

Esa destrucción maliciosa ha hecho que busque un enemigo a destruir. Ese enemigo es la ciudad de Buenos Aires con Horacio Rodriguez Larreta a la cabeza. “Miente, miente que algo quedará”. Esa frase adjudicada al ministro de gobierno de Hitler, Joseph Goebbels, bien le cabe al gobierno nacional, cuando muchos de sus funcionarios hablan de la ciudad capital. En las últimas semanas han dicho cosas como:

#La capital es el centro de contagio del COVID.

#Desoyen los fallos judiciales.

#Envían pacientes a hospitales del conurbano.

#No cumplen con el plan de vacunación para los jubilados.

#Que hay irregularidades en la asignación de turnos de vacunación para afiliados del PAMI.

Estas cosas y otras falacias han sido inventos hechos para desprestigiar a quien según las distintas encuestas lo dan en primer lugar, con mejor imagen positiva de cara a las presidenciales de 2023. Ese hombre es el jefe de gobierno de CABA, Larreta.

La administración central sigue su camino de guerra, mientras  sigue aumentando la pobreza, no se encuentra el camino para frenar la inflación, la educación sigue en caída libre, las nuevas restricciones sigue ahorcando al comercio, el plan de vacunación es lamentable, las vacunas prometidas no llegan, seguimos en los primeros lugares en cantidad de muertos por COVID, pero se sigue mirando hacia el lugar incorrecto.

El Instituto Patria, lugar de refugio del ala dura del kirchnerismo, sigue siendo el mentor de todas las políticas aplicadas. El presidente siempre en segundo plano, con una imagen totalmente desdibujada. La vicepresidenta en las sombras, sin hablar ni mostrarse en las últimas semanas, pero siempre manejando los hilos del poder.

Los males que padecemos, ellos no tienen nada que ver. Echarle la culpa a otros es su especialidad. Llevan un año y medio gobernando, pero nunca reconocen un error.

La política es el arte de lo posible. Lo imposible para Fernández y cía. es posible. Son ineficientes, son mediocres, pero la culpa la buscan en otro. En un acto desarrollado en La Matanza, durante la asunción de su intendente Espinoza, Cristina Fernández hizo una comparación entre la ciudad capital y el conurbano. Según ella hasta los helechos tienen luz y las baldosas son cada vez más brillantes, mientras que en el Conurbano la gente debe chapalear en el barro y la oscuridad. Pero olvidó que muchos intendentes están amarrados al poder en forma indefinida pertenecientes a su mismo espacio político, y que la provincia de Buenos Aires desde 1983 ha sido gobernada por el Peronismo durante 28 años. ¿Y la culpa de quién es? Obvio, de ellos no.

Alberto Fernández debería mirarse en el espejo de Angela Merkel, líder alemana. Esta mujer convertida en una verdadera estadista dijo: “los presidentes no heredan problemas. Se supone que los conocen de antemano, por eso se hacen elegir para gobernar con el propósito de corregir dichos problemas. Culpar a los predecesores es una salida fácil y mediocre”.En síntesis, nuestro primer mandatario es mediocre en todo aspecto. Eligió la guerra contra el enemigo equivocado. La guerra por la educación, la mejor economía, una justicia transparente e independiente, una salud de excelencia, una seguridad para todos, esa guerra que debería dar en todos los frentes, la está perdiendo por goleada. Prefiere entrar en la historia de la peor forma.

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