Capacidad de superar adversidades

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Nota opinion por

EDUARDO EMILIO RAMAL Orientador Familiar Universidad AustralCel. 221-5652244

Todos, invariablemente todos, alguna vez nos encontramos en situaciones muy difíciles de superar. Cuanto más difíciles, más angustiantes y condicionantes de nuestra capacidad de superación.

Hoy se habla de resiliencia. Hermosa palabra que encierra un gran potencial. Es esa capacidad que todos podemos tener de superar un hecho traumático que nos ha ocurrido en la vida.

En realidad desde el año 1980 se habla de resiliencia, definida como “la posibilidad de volver a la vida después de una agonía psíquica traumática o en condiciones adversas.”

Superar un gran acontecimiento traumático no es una tarea fácil, y especialmente se necesita de una gran capacidad de autovaloración y un entorno que permita que esa persona pueda echar mano a su potencial.

Ahora bien, es algo que tenemos innato? O es algo que surge espontáneamente? O es algo que al ser innato puede desarrollarse con el tiempo y las circunstancias?

En el ser humano todo es un proceso. La irrupción en la vida es el inicio de un proceso que culminará con la muerte. Desde el óvulo fecundado por el espermatozoide, hasta el nacimiento serán 9 meses, después viene la etapa del niño, del púber, del adolescente, del adulto, del anciano…..la escritura, la lectura, el conocimiento, todo es un proceso. Entender y aceptar esto lleva ala revelación de muchas situaciones de nuestra vida diaria que es bueno repasar para entender y, tal vez, dejar de cometer algunos errores que son frecuentes y muy dañinos.

Desde la más tierna edad, desde casi el vientre materno, nuestras vivencias personales, con la mamá, con los afectos, con el entorno social, son circunstancias que permitirán a una persona a reforzar su capacidad de resiliencia o a minimizarla hasta hacerla casi desaparecer.

La muerte de la madre, la depresión sea cual sea su origen, su propia historia, un trauma no resuelto, una familia disfuncional, violencia conyugal, precariedad social, una guerra, o el colapso cultural, son fuentes distintas que contribuyen al establecimiento de un nicho pobre en torno al niño.

Si esto no se interviene, el niño adquiere una vulnerabilidad neuroemocional, que dificulta las relaciones y afecta su socialización.

Lo que mejor protege al niño es un sistema familiar con apegos múltiples, y como dicen los africanos hace falta toda una aldea para educar a los niños. Cuando uno repasa su historia familiar a mi edad, recuerda las reuniones familiares, los amigos del barrio, las mil anécdotas con los vecinos y sus acontecimientos, las veces que compartíamos una serie en la tv porque había una sola en el barrio, y de paso la madre del amigo nos invitaba una taza de leche. Casi un símil a lo que exponen los africanos.

La aldea ha sido sustituida por un hogar en el que se alternan el esprint y el aislamiento sensorial. Hay mucha sujeción a las pantallas y al sedentarismo, escasa comunicación afectivo sensorial.

El apego es una adquisición afectiva impregnada en la memoria de los primeros meses. Este aprendizaje proporciona un estilo afectivo que gobierna las relaciones ulteriores.

Hacia el 10 u 11 mes una población de niños han aprendido a amar con un estilo propio. Un 60% han adquirido un apego seguro, el placer de dirigirse a otros, de pedir ayuda ante el sufrimiento, y colocarse en una posición de aprender a hablar; un 20% han adquirido un apego con evitación, una distancia afectiva, una retracción que hace que se vuelva periférico; un 15 % establecen relaciones ambivalentes, agreden a los que aman y un 5% están confundidos, desorientados, son imprevisibles, sus padres sufren a menudo.

Se concluye que en la más tierna infancia se van desarrollando las causas por las cuales hay personas que tienen una gran capacidad de resiliencia, y otras que prácticamente no tienen ninguna, y en el medio una gran variedad. En una sociedad altamente intoxicada por la tecnolog{ia como la actual, dónde se prioriza la pantalla al encuentro cara a cara, es posible que estemos criando a nuestros niños sin apego seguro y ese sea el germen de una capacidad de afrontar acontecimientos traumáticos muy atenuado. Infancia vulnerable, adolescencia vulnerable, ser humano vulnerable.

En las próximas entregas, seguiremos reflexionando sobre la niñez y la adolescencia.

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