POR EDUARDO EMILIO RAMAL Orientador Familiar Universidad Austral
El tema de los adolescentes es muy caro a mis sentimientos y a mi vocación como padre de familia. Educar es la tarea más gratificante, compleja y emocionante que nos puede tocar para realizar. Porque el que educa le abre puertas al educando y lo implica en un mundo nuevo desde ese momento.
Hoy los adolescentes tienen casi los mismos problemas que los de mi época adolescente, pero en un mundo mucho más retorcido y falto de valores. Una sociedad que ha perdido el rumbo respecto a aquellos paradigmas que en épocas no tan lejanas imperaban: la familia, la honestidad, el buen proceder, el respeto, etc; los dejo a ustedes que vayan agregando las cosas que son hoy como lastres a nuestro diario vivir.
Cuando salí con mi título de la Universidad Austral inmediatamente me propuse especializarme en adolescencia y familia. Son para mí dos temas cruciales a los que prestar máxima atención. Hice cursos, posgrados y me preparé para enfrentar la profesión de Orientador Familiar desde una posición mucho más especializada.
A poco de estar trabajando con adolescentes descubrí uno de sus mayores problemas: la autoestima. Esa desvalorización de sí mismos que tienen y que les impide muchas veces desarrollar todas sus potencialidades.
No es raro. El mundo que los rodea es tremendamente desvalorizante para las personas, mucho más para ellos que están conociéndose. Y esa actitud de la sociedad lo sume en confusión, lo arrincona a una vida sin mayores esperanzas. El hogar es fundamental, porque allí se cuecen las oportunidades que tiene para descubrirse y encarar la vida desde el amor por sí mismo.
Muchas veces sin quererlo siquiera, los padres utilizan determinado lenguaje que es muy perjudicial para el niño y luego para el adolescente. El padre enojado por alguna circunstancia en la que se vio involucrado el hijo/a apela a la crítica sin reflexión previa, y allí siembra la semilla que luego lleva a la postración del hijo. Veamos un ejemplo, padre enojado le dice al hijo que es un inútil porque no supo resolver una cuestión cualquiera. La palabra inútil en el adolescente es sinónimo de inservible. Lo que debió ser una anécdota que les dejara enseñanza a los dos, terminó por ser un desastre que sólo trae perjuicios.
Por eso es tan importante dedicar tiempo a nuestros hijos. Porque esas oportunidades no se presentan a diario ni siquiera de la misma forma ni por el mismo motivo. Son oasis en la vida en común de padres e hijos. Lugares para la charla, el escuchar, la reflexión, el abrazo, la ternura. Todo ello construye una personalidad fuerte y reflexiva, lo contrario es el germen de un ser inseguro, dependiente, desvalorizado por los demás y lo que es peor por sí mismo.
Todo ello es el caldo de cultivo más eficaz para la evasión hacia cualquiera de las adicciones a las cuales hoy tiene acceso todo joven desde muy temprana edad o a la formación de una persona agresiva y violenta.
Poner el acento en que nuestros hijos descubran sus potencias, sus posibilidades, es una tarea educativa del mayor nivel. Hecho todo en un clima de respeto y libertad de elección. Sin condicionantes extremos, sino con el análisis sereno y reposado de las posibilidades y las consecuencias.
Afrontamos en la actualidad problemas muy complejos y difíciles de resolver con los jóvenes porque no dedicamos los esfuerzos y el tiempo necesario para solucionarlos. Es bueno que el hijo tenga un plato de comida, una casa para guarecerse y una vestimenta adecuada, pero también es necesario que lo eduquemos, que lo socialicemos y que descubra en sí mismo toda la riqueza que puede experimentar una persona. Tarea que nos implicará tiempo y esfuerzo, que siempre serán muy bien recompensados en el futuro.